dimanche, mars 26, 2006

Europa bajo el puente



EuRopa baJo el Puente

“Así en innumerable muchedumbre revoloteaban bajo la bóveda del infierno”
?

Llegabas con los pies detenidos en el límite. Pronunciado la virtud de las rocas de sonreír llorando existo entre llamas escupiendo la sangre del viento, como las sapos que buscan siempre calles sin esquinas que les den la espalda. Irremediablemente todo acaba derramado en ecos por los pilares de la noche diáfana.

Se inicia la canción violenta del juicio con mis pies desnudos, ruborizados por las gotas sin rostro que se elevan hacia el vacío, masticando las sombras de sus tintas chorreantes, irreconocibles en las estaciones sin agua, quemando los labios furtivos que se extienden huyendo de la llama, desdibujados en cada vaso, desfalleciendo en las paredes desnudas, sin fiebre. Se inician las aspas herméticas de la repetición, yo sin ser espejo, perpetua visión del cadáver recién nacido. Camino hacia mí mismo y cedo la mitad al vacío, engranando series de antesalas sin hacer ruido hasta volar y pudrirme en tumbas infinitas y sacos de gargantas iluminadas por el luto como campanas mudas.

El silencio del puente comienza a ser corrosivo, como las lágrimas que caen sin un paraguas que apacigüe la tregua, lenguas entrelazadas que retan la codicia de las sombras caídas, reflejo del busto enrojecido por los amaneceres inconclusos donde todo es anónimo y los anillos de obesos son expuestos en los laberintos.

Amanece y no encuentro los otoños secos que confabulan contra el viento, tampoco el agua peinada con vientres de mariposas usando como máscara el bastón añejo del poder, los cimientos del exorcismo sin valses que incluyen en cada pilar una oreja cortada o la certeza de volar sin ser ayer. Sólo veo las manos que alimentan la aurora, la libertad condicional de las brisas y los rumores del estropicio, inaccesible hasta para el hacinamiento de las jaulas.

Vimos las flores mutiladas por el incesto, vimos las brasas exhumadas de júbilo, llamándome por mis cabellos dormidos, con sus pugnas atravesadas, resistentes al entierro saqueado de la lluvia.

¿Para qué necesito tres peones cuando no puedo bailar con ninguno? La bomba que arrastra los barrios con el incendio de las almas se endurece en un filo oscuro.

¿Cómo se ve la ciudad desde el abismo? Sin cadenas pintadas en las gargantas secas, nadando en arena. Las patas hinchadas del insecto se desprenden para acariciar la hierba rebelde.

El muro escurre cada cadáver en su cama, evitando que se vayan flotando con las copas nómadas de los bares. Atrás, donde los gatos copulan con la luna embriagada, donde los nenúfares me roban las aguas y las esconden bajo los puentes, dejo de existir para donar mi sonrisa de muerto a los sembradíos de estrellas que se derriten en mi boca.

Con opulencia se me abren las puertas cerradas, como una llaga que muerde en cada llanto, puertas escaladas que conducen a otras sin distraer al tiempo estéril, como el bautizo del corazón adicto al cianuro, sofocado en una sola mano, en contra de nada.


(1999)